domingo, 21 de diciembre de 2008

Reencarnación

Me miro en el espejo y trato de reconocerme. Soy joven, ojos azules y cabello rubio. Llevo puesta una especie de bata blanca y una cofia del mismo color. El ambiente se torna gélido, un rayo de luz se asoma por entre las nubes y penetra por el enorme ventanal del vestíbulo central. Me encuentro en Basilea, Suiza, es el año 1889. Recién llegué de Viena y es mi primer día como enfermera en ésta clínica para enfermos mentales.

De repente, algo interrumpe mi concentración. Escucho algunos alegatos entre el personal médico y algunas personas. El Director General trata de hablar con una mujer a quien llama Elizabeth. Ella lo ignora y con ayuda de otras personas veo que trata de llevarse a un interno. Me acerco tratando de saber que es lo que sucede. Ella insiste en que se llevará a su hermano a quien nombra Federico. El médico, le explica que éste aún no está dado de alta.

Sin importarle lo que el Director dice y con ayuda de otras personas sube a su hermano a una silla de ruedas. Veo por fin al enfermo pero no logro reconocerlo. Cabello y barba abundante, ojos desquiciados y una ansiedad extraordinaria enmarcan un rostro agresivo, prepotente. Mientras lo llevan a un auto, hacen una pausa, Federico me mira y eufórico logra gritar con una voz estremecedora: “¡Yo soy el Superhombre!, ¡soy el principio y fin de todas las cosas!”. Se hace un silencio en toda la clínica que se vuelve sepulcral.

Asustada cedo el paso, y veo como se alejan poco a poco. El Director, con un dejo de tristeza se posa junto a mí y los observa también. Acaricia su barba tratando de buscar una explicación a lo sucedido. Intrigada y aún con la potente voz del enfermo entre mis sienes, le pregunto de quien se trata.

-¿No lo escuchaste? Él es el Superhombre.


incitatüs
(diciembre'08)

Ejercicio 8
Viernes de Taller
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imagen: internet

jueves, 11 de diciembre de 2008

Entrevista


Toda la noche pensé en cuál sería la pregunta con la cual iniciaría ésta plática. Había pensado en un ataque directo, duro y conciso; tratar de acorralarla con la pregunta que seguro trataría de evitar a cualquier cosa. Sin embargo, sabía que al tenerla frente a frente, ella podía con su sola presencia intimidarme, a tal grado de llevar el control de la entrevista. En mis casi cuarenta años de carrera periodística, en la cual había entrevistado desde jefes de gobiernos y monarcas, hasta la gente más intelectual del mundo, nunca había tenido una entrevista igual. Tenía ya un premio Pullitzer por aquella que le realicé a Albert Einstein a unos cuantos años de su fallecimiento, en la que describía su total remordimiento por no haber podido evitar los ataques de Estados Unidos con la bomba atómica a Japón. No era un periodista amateur, y ese sentimiento me ponía en una situación bastante incómoda.

Todo esto pensaba mientras la esperaba en un pequeño balcón de su residencia. Sentado frente a la mesa de herraje de color blanco y junto a un par de enormes macetas donde alguna planta extraña pero hermosa la adornaba. Tenía elaborada una entrevista con casi cincuenta preguntas, bien formuladas, pero que en ese momento me habían hecho dudar de la misma. Por vez primera, en mis casi cuarenta años de periodista, tenía temor de hacer mal mi trabajo.

-A mi mente vienen varias preguntas para formularle, sin embargo no creo que ninguna se lo suficientemente clara. ¿Porqué?, ¿porqué existe usted, señora Muerte?
-Porque yo soy el motivo principal de todas las cosas. No sólo de aquello que ustedes llaman vida, sino de todo lo que de alguna manera se ha creado. Yo existo porque soy quien da el justo valor a todo, para que nada sea eterno. Lo eterno no es justo. Yo soy ese dador de esa justicia.
-Sin embargo, es usted el principal motivo de temor entre la gente. Temor y ansiedad.
-Eso se debe a que la gente no sabe vivir. La gente no está consiente de aquel estado en el cual se encuentra. Lo que ustedes llaman vida, no es mas que un estado en el cual el creador le ha dado algo que en otros estados no existe. El libre albedrío, la razón, la inteligencia. El poder de decisión. Ese es el mayor regalo que tienen es este estado. Sin embargo, también tiene que terminar. Y termina simplemente porque ese libre albedrío se debe regenerar, resurgir; esto solo sucede gracias a mí.
-Algunos la tachan de injusta. Hay personas, niños sobretodo que...
-Sí, lo sé, y sé perfectamente a lo que va. La gente que muere demasiado pronto. La gente que ha sido buena y que aún así me he llevado. La respuesta es muy simple. Se tienen que ir. No es injusticia. De hecho, si tenemos que darle algún tipo de calificativo, es precisamente “justicia”. Esa gente debe terminar en el momento justo su paso por este estado llamado vida. No voy a decir si hay algo mejor después, eso no me incumbe, pero si que yo no soy quien lo decide.
-¿Quiere decir que usted no obra por voluntad propia?
-Así es. Yo solo soy un empleado, del Creador, por así ejemplificarlo. Es él quien decide. Es él quien juzga y es él quien ejecuta. Yo solo soy el medio. Sin embargo, sí puedo decirle que no hay nada de injusto en lo que él decide y yo hago. Soy quien hace la parte amarga. Soy yo quien se enfrenta al dolor de la gente y es a veces maldecida. Para eso me creó. Él me creo para hacer ese trabajo. Esa es mi función. Eso tal vez conteste su primera pregunta.
-Creo que sí. Le agradezco su tiempo.
-Nos veremos pronto.



incitatüs
(noviembre’08)
Ejercicio 5
Viernes de Taller

imagen: internet